jueves, 19 de octubre de 2023

ESPAÑA: Fernando de Aragon y Isabel de Castilla

LOS REYES CATÓLICOS: LA BODA QUE LO CAMBIARÍA TODO


El 19 de octubre del año 1469, el destino de las coronas de Aragón y Castilla quedó unido mediante el matrimonio de sus príncipes herederos, Fernando e Isabel, que pasarían a la historia como los Reyes Católicos, y dieron origen a la nación que hoy conocemos como ESPAÑA. Sin embargo, esta boda contaba con la oposición del Papa y del rey castellano y solo pudo realizarse gracias a la falsificación de documentos, por lo que durante dos años su validez fue muy discutida.

Ya desde los tres años, Isabel había estado comprometida con Fernando. Sin embargo, Enrique IV de Castilla rompió este acuerdo, seis años más tarde, para intentar comprometerla con Carlos, príncipe de Viana y hermano mayor de Fernando. El matrimonio no llegó a consolidarse, por la férrea oposición de Juan II de Aragón. También fueron infructuosos los intentos de Enrique IV por desposarla con el rey Alfonso V de Portugal, primo en segundo grado de Isabel y casi veinte años mayor que ella. En 1464, logró reunir a ambos en el monasterio de Guadalupe, pero ella le rechazó, alegando la diferencia de edad entre ambos.

Más tarde, cuando contaba dieciséis años, Isabel fue comprometida con Pedro Girón, de cuarenta y tres años, maestre de Calatrava y hermano del poderoso Juan Pacheco, duque de Villena; pero Girón murió por causas desconocidas mientras realizaba el trayecto para encontrarse con su prometida.

El 18 de septiembre de 1468, Isabel fue proclamada princesa de Asturias y heredera al trono castellano por medio de la Concordia de los Toros de Guisando, revocando Enrique IV de este modo el anterior nombramiento de su hija Juana. Tras la ceremonia, Enrique IV convino de nuevo el enlace entre Isabel y el rey de Portugal, Alfonso V, ya que en el Tratado de los Toros de Guisando se había acordado que el matrimonio de Isabel debía celebrarse con la aprobación del monarca castellano. La propuesta entrañaba también el proyecto de casar a su hija Juana con el príncipe heredero de Portugal, Juan, hijo de Alfonso V de Portugal. De esta manera, Isabel sería trasladada al reino vecino y, a la muerte de su esposo, los tronos de Portugal y de Castilla pasarían a Juan II de Portugal y a la hija del rey Enrique, Juana. Isabel se negó.

Tras este intento fallido, el rey trató de desposar a Isabel con el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia; de nuevo Isabel se negó.

Mientras tanto, Juan II de Aragón trató de negociar en secreto la boda de Isabel con su hijo Fernando. Isabel y sus consejeros consideraron que era el mejor candidato para esposo, pero había un impedimento legal, ya que eran primos segundos (el abuelo de Fernando, Fernando de Antequera y el abuelo de Isabel, Enrique III, eran hermanos). Necesitaban, por tanto, una bula papal que les exonerara de la consanguinidad. El papa, sin embargo, no llegó a firmar este documento, temeroso de las posibles consecuencias negativas que ese acto podría traerle al atraerse la enemistad de los reinos de Portugal y Francia, todos ellos involucrados en negociaciones para desposar a la princesa Isabel con otro pretendiente.

Personas del entorno de Isabel falsificaron una supuesta bula emitida en junio de 1464 por el anterior papa, Pío II, a favor de Fernando, en la que se le permitía contraer matrimonio con cualquier princesa con la que le uniera un lazo de consanguinidad de hasta tercer grado. Isabel aceptó y se firmaron las capitulaciones matrimoniales de Cervera, el 5 de marzo de 1469. Para los esponsales y ante el temor de que el rey Enrique IV abortara sus planes, en mayo de 1469 y con la excusa de visitar la tumba de su hermano Alfonso, que reposaba en Ávila, Isabel escapó de Ocaña, donde era custodiada estrechamente por don Juan Pacheco. Por su parte, Fernando atravesó Castilla en secreto, disfrazado de mozo de mula de unos comerciantes. Finalmente, el 19 de octubre de 1469 contrajeron matrimonio en el Palacio de los Vivero de Valladolid.

La noche de bodas fue, como era común en la época, una ceremonia pública. Jueces y caballeros fueron testigos de la consumación del matrimonio: se les presentó, como prueba, una sábana manchada con la sangre de la novia. Después, los festejos se prolongaron en la ciudad durante una semana.

El matrimonio costó a Isabel el enfrentamiento con su hermanastro el rey. En 1471 el papa Sixto IV envió al cardenal Rodrigo Borgia (futuro papa Alejandro VI) a España como legado papal para arreglar diversos asuntos políticos en la península, entre ellos este enlace. Con él trajo la Bula de Simancas, que dispensaba de consanguinidad a los príncipes Isabel y Fernando. Rodrigo Borgia negoció con ellos: les daría la bula a cambio de que ellos le concedieran la ciudad de Gandía a su hijo Pedro Luis. Isabel y Fernando cumplirían su parte del trato en 1485.

Esta boda tuvo unas consecuencias trascendentales para la Historia de España ya que permitiría la unión de las Coronas de Castilla y Aragón. Un proceso que ya venía gestándose tiempo atrás como bien indicó el historiador catalán Jaime Vicens Vives en su “Aproximación a la Historia de España”:

«…se plantea el problema de la organización de los pueblos peninsulares. Entre unos y otros se anudaron entonces tantas relaciones que era imposible su subsistencia en la forma política consagrada en el siglo XII. Magnates castellanos y aragoneses cruzan las fronteras y se instalan en el corazón de los problemas políticos de los vecinos; buques vizcaínos y andaluces constituyen el equipo ligero de la navegación catalana y mallorquina de este periodo; y ante las arremetidas francesas son los barceloneses los primeros que se ilusionan con las lanzas castellanas que su príncipe heredero podrá taer de Segovia. La monarquía del Renacimiento se está gestando en la Península —gestándose con signo castellano no por videncia mística, sino por el simple empirismo de su demografía en auge, de la libertad de acción que reivindica su realeza, y de los recursos que, a pesar de la contracción, continúan proporcionándole los rebaños transhumantes de la Mesta—.»

La historiografía española considera el reinado de los Reyes Católicos como la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. Con su enlace matrimonial se unieron provisionalmente, en la dinastía de los Trastámara, dos coronas: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón originando la Monarquía Hispánica y, apoyados por las ciudades y la pequeña nobleza, establecieron una monarquía fuerte frente a las apetencias de poder de eclesiásticos y nobles. Con la conquista del Reino nazarí de Granada, del Reino de Navarra, de Canarias, de Melilla y de otras plazas africanas consiguieron la unión territorial bajo una sola corona de la totalidad de los territorios que hoy forman España —exceptuando Ceuta y Olivenza que entonces pertenecían a Portugal—, que se caracterizó por ser personal, ya que se mantuvieron las soberanías, normas e instituciones propias de cada reino y corona.

Los reyes establecieron una política exterior común marcada por los enlaces matrimoniales con varias familias reales de Europa que resultaron en la hegemonía de los Habsburgo durante los siglos XVI y XVII.

Por otra parte, la Conquista de América, a partir de 1492, dio inicio al Imperio español y modificó profundamente la historia mundial.

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